lunes, 1 de abril de 2024



La voluntad y la inteligencia son dos de las cualidades que nos distinguen como seres humanos, que son inherentes a nuestra naturaleza y exclusivas de ella. La otra es el amor.

Pero la inteligencia entendida no solo como la capacidad para resolver problemas- como suele afirmarse a veces- porque problemas también resuelven los animales. Los animales resuelven a menudo problemas muy complejos. No, la inteligencia es ante todo la capacidad de percibir lo real como real, de enfrentar las cosas allende nosotros, fuera de nosotros. Esto es lo característicamente humano. La inteligencia nos hace entonces interactuar con las cosas, con el mundo, transformándolas, transformándolo, y como consecuencia de ello hace también que nos transformemos a nosotros mismos. 

Por su parte, la voluntad es la facultad de la mente mediante la cual elegimos, decidimos, optamos por tal o cual vía de interacción con lo real y con nosotros mismos como realidad. Podemos hacer elecciones mejores o peores, pero en todo caso elegimos. Hasta en las personas mas pasivas y dependientes hay elecciones, es decir actúa la voluntad. 

Y entonces cabe la pregunta por la relación que hay entre inteligencia y voluntad.

Miremos en especial esto: la inteligencia es tanto mayor en una persona cuanta más capacidad tiene para encontrar relaciones entre las cosas reales entre sí y entre estas con la realidad; también para encontrar constantes, proporciones, simetrías, equivalencias, analogías, y por eso es que mediante ciertas pruebas elaboradas al efecto se puede “medir” la inteligencia de una persona. La voluntad, a su vez, está tanto mas en una persona cuanto mas constante es, cuanto mas disciplinada es, cuanto mas opta racionalmente por un camino en lugar de otro.

Acá ya puede verse en consecuencia una influencia de la inteligencia sobre la voluntad en cuanto que el raciocinio implica un discurrir de la inteligencia, una relación lógica de presupuestos fácticos o estrictamente lógicos que conducirían a una mejor elección. Aquí la inteligencia llevaría a la voluntad a encontrar una elección acertada.

Por otra parte, un mayor énfasis en decidir y en persistir, un mayor influjo en la conducta del factor elector, hará que la inteligencia se enfoque, se trace metas, objetivos claros. La inteligencia así influida por la voluntad delimitará los objetos, las relaciones entre ellos, y permitirá a la persona acceder a aspectos de lo real desconocidos para ella hasta entonces, encontrando relaciones inesperadas o soluciones a retos que lo real le haya colocado.

La voluntad, en efecto, influye en la inteligencia, y no solo porque direcciona a la inteligencia sino además porque obliga a factores claves de la inteligencia como la atención, la percepción, la memoria, a trabajar centrada e intencionalmente, con lo cual el resultado de la acción inteligente será mejor que si aquella no se hubiera hecho presente en un grado importante.

El cultivo de la inteligencia, su mayor desarrollo, incide positivamente en la voluntad, y viceversa: una voluntad desarrollada acrecentará la inteligencia en general y en particular los resultados inteligentes.

Toda intervención que desee desarrollar la inteligencia, en otras palabras, potenciarla, deberá cuidar el cultivo de la voluntad. La constancia, la planeación, la fijación de objetivos, la retroalimentación y evaluación de lo realizado y alcanzado será importantisimo en el crecimiento cognitivo, entendido ya no cómo mera abstracción sino como consecución de logros de vida personales y profesionales; humanos, en una palabra. 

En fin, inteligencia y voluntad están intrinsecamente relacionadas. Inseparables como tal, pero entrenables y cultivables en su singularidad. Así potenciandose una y otra se robustecen ambas  permitiendo que el sujeto así dispuesto se haga mas humano, mas integro, mas cercano a Dios.





¿Qué es la inteligencia?

Una de las inquietudes de los psicólogos a lo largo de la historia del conocimiento ha sido la de precisar el concepto de inteligencia. En comienzo se determinó que existía la inteligencia como tal y que, por tanto, unas personas eran más inteligentes que otras, porque además de existir como una entidad conceptual delimitada y clara, era medible.

Esto suscitó un gran debate. Se quería sin lugar a dudas responder a las preguntas qué es inteligencia, cómo se manifiesta y si es posible medirla y precisarla en un individuo particular. Para algunos, por ejemplo, inteligencia era la capacidad de abstracción; para otros la capacidad para entender y comprender lo que se escucha y lo que se lee; otros decían que era la capacidad para resolver problemas o la capacidad de adaptación al ambiente.

Con el propósito de soslayar el debate, Alfred Binet definió la inteligencia como “lo que mide mi test”, haciendo referencia al test que él había creado para determinar el rendimiento escolar y que luego fue base para desarrollar los diversos test de inteligencia que hoy se aplican.

En el último tiempo, ha predominado la idea de que no existe la inteligencia como tal, es decir una única inteligencia, sino varias y diversas. Esta teoría ha tomado fuerza a raíz de las serias y bien fundamentadas investigaciones que ha desarrollado el psicólogo norteamericano Howard Gardner.

Su tesis central radica en el reconocimiento de la presencia de varias inteligencias en todos los seres humanos, las cuales se manifestarían en grado diverso en cada uno de nosotros. Habría individuos con un desarrollo excepcional de alguna de ellas y con un desarrollo menor o escaso de las otras. Esta variedad de fortalezas mentales explicaría el porqué de la existencia de personas muy hábiles para ciertas actividades, con destrezas sorprendentes en algún campo y con limitaciones, increíbles incluso, en otros. De igual manera aclararía en parte la razón por la cual ciertos individuos, que fracasan en la escuela, se convierten, sin embargo, en seres muy destacados en otros quehaceres, y con reconocimiento en ocasiones mundial. En fin, sería esta una explicación muy válida de la inmensa variedad humana y de su enriquecedora gama de aportes y posibilidades.

Esta concepción de inteligencia se opone, por tanto, a la teoría de la inteligencia única, que ha sido la teoría dominante hasta el presente, y con base en la cual la escuela ha establecido su currículo y su evaluación.

La aceptación de esta teoría implicaría profundos cambios en la organización escolar, en el currículo académico y en la evaluación e interpretación de los resultados de un educando.
Ahora bien, a pesar de lo dicho y de la existencia de varios tipos de inteligencias, la inteligencia en general o inteligencia lógico matemática sigue siendo hoy predominante, puesto que la organización escolar y el conocimiento humano dominante siguen usando el lenguaje y la matemática como sus dos instrumentos fundamentales. Es mediante estos que está expresado el saber humano y mediante estos que igualmente se cifra lo que el hombre piensa, conoce y descubre.

En este orden de ideas, y mientras se avanza en nuevos conocimientos y aplicaciones pedagógicas del todo revolucionarias, esta inteligencia debe potenciarse lo máximo posible, no sin dejar de reconocer la presencia y el potenciamiento de las otras.

En consecuencia, siempre que se quiera explicar el rendimiento escolar de un educando se procede a realizar una valoración cuidadosa e integral del niño o adolescente para descubrir sus potencialidades, su grado de desarrollo cognitivo y, si es el caso, las acciones pedagógicas que ameriten implementarse.